Tirol, el suelo y el cielo prometidos
Mientras abro la valija lentamente, entre la zozobra y la turbación, huyo, me escapo y me pierdo. Lo lleno todo de sol, de música, de silbidos ajitos; me zambullo en la memoria y el recuerdo y regreso a mi pequeña patria de la infancia, donde no es posible el olvido, donde el tiempo quedó coagulado en aquel jardín de amapolas y guayabos.
Vuelvo a mi casa, a mi rincón tibio, a la seguridad, a magia, lo posible y lo imposible, el infinito y esos ojos inmensos que me esperan renovando palabras pequeñitas. Regreso al asombro, a la ternura de sus brazos, a las aguas espejadas y cantarinas del río y a la quieta mansedumbre de la laguna.
Viajo al paisaje de mi infancia, a la lluvia, a las calles de polvo y carbonilla, al paseo de los domingos por la tarde, a los pájaros anclados en el follaje de los árboles y ese cielo que miran mis ojos desde siempre y al que añora mi mirada desde entonces. Ya está todo preparado, basta cerrar el equipaje y emprender el viaje.
Pero hay un vaho persistente que me lleva a un lugar de mi infancia. A esa lejana pero nítida tarde de
domingo en que vi a mi viejo cargar mi valijita en “la estanciera”. Subir, sentir el motor ponerse en marcha, mi mamá desde el jardín agitando las manos como pájaro herido en un gesto que supo muy a “nunca más”, con una vaga sonrisa forzada y tristona y yo sin poder dejar de mirarla.
Yo que aprendí en sus arrullos mi primer alfabeto; yo que tengo la edad del aljibe de mi casa, aquel aljibe que parecía un cielo al revés donde aprendí a desempolvar palabras en su remoto eco y en el que cada noche, como un rito necesario y misterioso, miraba temblar las estrellas.
Hasta que se perdió la figura de mi madre y se desdibujaron los contornos de mi casa, el guayabo de las siestas, el cocotero, los amorcitos y más allá, mis años en el país de la infancia.
Y luego un interminable viaje en silencio, la cabeza vuelta siempre hacia mi pueblo que se perdía, chiquito y borroso tras la niebla de la polvareda y los lagrimones que empapaban la pecherita del vestido más lindo que ella me había puesto. Después, ya en un horizonte sin tiempo, la ciudad.
Tan hostil entonces para mí, tan monstruosamente desierta, las formas del hogar que no eran las del mío, ningún jardín con malvones, margaritas ni lirios y aquella habitación fría y sin ventanales, el guardarropa viejo y la noche.
La noche que no dormí. Que no quise dormir sin aquella ventana desde la que, en mi Puerto Tirol, divisaba en la oscuridad la luna entre los árboles, el rumor del tajamar, el susurro áspero de las hojas del guayabo movidas por la brisa.
Nada, un desolado desierto interior subiendo desde el último lagrimón, elllanto apretadito contra esa almohada que no era la mía, el deseo incontenible de levantarme pero comprender al instante que ya no estarían mis hermanas ni la pieza de mis viejos atravesando el pasillo.
Hasta que se cansó el llanto, me hundí en un oscuro sueño y quedó mi infancia para siempre anclada en Tirol.
Cuando regreso, de tanto en tanto, creo ver aún mi figura flacuchenta contemplando las aguas tersas de la laguna, o la veo correr descalza con una bolsita hacia la panadería de Don Moisés, cuyos olores vuelven mientras desgrano el recuerdo, recién horneadito el pan, las galletas y los bollos dulces que el viejo bonachón me regalaba de yapa.
Así, tan simple y porque sí murió mi infancia. Así, tan simple y porque sí, vive en algún lugar de mí donde todavía juego a la rayuela buscando el cielo prometido.
(A mi viejo y querido pueblo, a su gente de ayer y de hoy, a mis amigos, a la niña que aún soy).
fuente: Dario Norte Domingo, 15 de Mayo de 2011
Sería para mi para mi un gran honor por compartir todo lo escrito por la Sra. Mila Dosso, sobre todo por sus vivencias, poder algún día conversar con ella, en relación.El suscripto modestamente escribió las propias - Cote Lai Mi Pueblo Viejo - Pedro_l945 - pasándolas parcialmente en página Juzgado de Paz de Cote Lai. Pedro Joel Báez - Gbdor.Mansilla 462-Rcia.Chaco-C.P.3500 T.E. 464061
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