Esta práctica extendida hoy a todos los rincones del mundo donde haya cristianos, comienza hace mucho tiempo y en diferentes espacios geográficos.
En la antigüedad, los pueblos del Cercano Oriente y de Europa Central acompañaban el final de los días breves del otoño con celebraciones y ritos. Con adornos diversos en árboles con hojas perennes, esperaban una nueva época de fertilidad en los campos y prosperidad para las familias.
Cuando el cristianismo se expandió desde Palestina hacia Europa y el resto del viejo mundo, fue adaptando las costumbres y tradiciones locales a sus preceptos. Así fue que comenzaron a adornar árboles para conmemorar la fecha del nacimiento de Jesús.
El solsticio de invierno fue asociado a la llegada del Salvador. La estrella que corona cada árbol es la que se posó en Belén sobre el establo donde María dio a luz. La decoración con colgantes de colores representa los distintos dones que trae el Niño Dios. Los lazos hablan de la fraternidad comunitaria y la unión familiar.
Hace varios siglos, cuando los primeros cristianos comenzaron con esta tradición, era una práctica colectiva que propiciaba la participación de todos los que asistían a una iglesia o pertenecían a una población. Durante el siglo XX, los árboles de los espacios públicos se multiplicaron en los hogares familiares.
En otras épocas, nuestros padres levantaban un árbol para todo el pueblo de Puerto Tirol. Hoy recuperamos ese sentido y nos encontramos con sus luces y colores en el medio de la laguna Beligoy, una de nuestras marcas identitarias.